Hace unos días,
la Ministra de Sanidad se encargó personalmente de hacer la presentación oficial de su última iniciativa sobre alimentación y salud. La rueda de prensa tuvo un impacto considerable en todo tipo de medios y pudimos leer
una buena cantidad de titulares relacionados.
El documento en el que se describe toda la iniciativa se titula "
Plan de colaboración para la mejora de la composición de los alimentos y bebidas y
otras medidas 2017-2020" y se puede descargar completo desde
este enlace.
Para quien no les apetezca leerlo completo, se lo resumo brevemente:
El Gobierno ha llegado a un acuerdo (de carácter voluntario) con una buena cantidad de representantes de la industria alimentaria (en general asociaciones de diversos sectores) para que los fabricantes se comprometan a modificar la composición (un proceso también denominado "
reformulación") de algunos de sus alimentos procesados o altamente procesados. Los nutrientes objetivo serían sobre todo las grasas saturadas, la sal y el azúcar y el fin último sería conseguir alimentos más sanos y contribuir a la mejora la salud de todos los ciudadanos.
En este post no voy a entrar a criticar cada detalle de la iniciativa, ya que se ha hablado bastante del tema en muchos medios y en las redes. Si alguien quiere conocer algunas opiniones y posiciones, especialmente las voces más críticas, puede leer
este artículo publicado en El Mundo, que las resume bastante bien (incluso incluye un pequeño comentario de un servidor) y que podríamos sintetizar con una frase: las reducciones propuestas para los nutrientes indeseables son muy pequeñas y clínicamente insignificantes.
Sin embargo, quisiera comentar algo de lo que, en mi humilde opinión, no se ha hablado lo suficiente. Algo que considero fundamental y que debería ser el punto de partida de todo proyecto planteado desde las instituciones sanitarias. Me refiero a las pruebas y la evidencia en las que se basa.