Aquellos que hayan leído El Cerebro Obeso, La guerra contra el sobrepeso o El poder y la ciencia de la motivación saben que soy bastante crítico con la utilización del concepto de fuerza de voluntad en el ámbito de la salud, entre otros. En los tres libros lo argumento con detalle (en este post también hablo un poco de ello) y explico por qué pienso que no hay evidencias de su utilidad a la hora de luchar contra problemas sanitarios o sociales, como la obesidad. A pesar de todo, como se ha vuelto a confirmar recientemente en los informes de la American Society for Metabolic and Bariatric Surgery y NORC, la mayor parte de la gente piensa que la principal causa del sobrepeso es la falta de fuerza de voluntad.
Por eso me ha gustado el artículo publicado ayer mismo "Against willpower - Willpower is a dangerous, old idea that needs to be scrapped". Fue bastante motivador poder leer un texto de un investigador y profesor de psiquiatría clínica de la Universidad de Columbia, Carl Erik Fisher, exponiendo prácticamente las mismas ideas que hace tiempo rondan en mi cabeza (aunque más acertada y brillantemente, por supuesto)
Sin más, espero que disfruten del texto como yo lo he hecho (traducción libre):
"Thomas era un abogado muy exitoso y moderado que estaba preocupado por lo que bebía. Cuando vino a verme en mi práctica de psicoterapia, su ingesta de vino se acercaba a seis o siete vasos por noche, y estaba empezando a ocultarlo a su familia y a sentir los efectos en el trabajo. Discutimos las estrategias de tratamiento y planificamos una cita para reunirnos nuevamente. Pero cuando regresó dos semanas más tarde, estaba desanimado: seguía bebiendo igual.
"Simplemente no pude dejarlo. Supongo que no tengo fuerza de voluntad".
Otro paciente, John, también vino a mí para que le ayudara con la bebida. En nuestra primera reunión, hablamos sobre los enfoques basados en la moderación y establecimos un límite más saludable. Pero un mes más tarde, regresó a mi despacho y me dijo que había cambiado de opinión y se había reconciliado con sus hábitos de beber. Evidentemente, su esposa no estaba encantada con todo lo que bebía, me dijo, y de vez en cuando las resacas eran bastante malas, pero su relación era todavía bastante sólida y beber no había causado problemas verdaderamente significativos en su vida.
La situación de John y Thomas es similar: ambos sucumbieron a las tentaciones a corto plazo, y ambos no mantuvieron sus metas a largo. Pero mientras Thomas atribuía ese resultado a los problemas con la fuerza de voluntad, John volvió a replantear su comportamiento desde una perspectiva diferente. Tanto John como Thomas resolverían sus problemas, pero de maneras muy dispares.
La mayoría de la gente se siente más cómoda con la narración de Thomas. Estarían de acuerdo con su autodiagnóstico (que le faltaba fuerza de voluntad), e incluso podrían verla como clarividente y valiente. Muchas personas también podrían sospechar que el replanteamiento de John fue un acto de autoengaño, que servía para esconder un problema real. Pero el enfoque de Thomas merece tanto escepticismo como el de John. Es totalmente posible que Thomas se sintiera seducido por el estatus casi místico que la cultura moderna ha asignado a la idea de la fuerza de voluntad, una idea que, en última instancia, estaba trabajando en su contra.
Hacer caso omiso a la idea de la fuerza de voluntad sonará absurdo para la mayoría de los pacientes y terapeutas, pero, como psiquiatra de adicciones y profesor de psiquiatría clínica, me he vuelto cada vez más escéptico sobre este concepto y me preocupan las ideas de autoayuda que le rodean. Numerosos libros y blogs ofrecen formas de "aumentar el autocontrol", o incluso "meditar para obtener más fuerza de voluntad", pero lo que no que no se reconoce es que las últimas investigaciones han mostrado que algunas de las ideas subyacentes a estos mensajes son inexactas.
La definición común y monolítica de la fuerza de voluntad nos distrae de los matices del autocontrol y corre el peligro de magnificar mitos dañinos, como la idea de que la fuerza de voluntad es finita y agotable. Para tomar prestada una frase del filósofo Ned Block, la fuerza de voluntad es un concepto mestizo, que connota una amplia y frecuentemente inconsistente gama de funciones cognitivas. Cuanto más de cerca lo miramos, más cosas econtramos enmarañadas. Es hora de deshacerse de él definitivamente.
Las ideas sobre la fuerza de voluntad y el autocontrol tienen profundas raíces en la cultura occidental, que se remontan al menos al cristianismo primitivo, cuando teólogos como Agustín de Hipona utilizaron la idea del libre albedrío para explicar cómo el pecado podía ser compatible con una deidad omnipotente. Más tarde, cuando los filósofos se apartaron de la religión, los pensadores de la era de la Ilustración, particularmente David Hume, trabajaron para reconciliar el libre albedrío con la creciente idea del determinismo científico.
Sin embargo, la concepción específica de la "fuerza de voluntad" no surgió hasta la era victoriana, tal como lo describió Roy Baumeister, investigador de la psicología contemporánea, en su libro Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength. Durante el siglo XIX, el continuo declinar de la religión, el aumento de la población y la pobreza generalizada dieron lugar a ansiedades sociales sobre si la subclase creciente mantendría las normas morales apropiadas. El autocontrol se convirtió en una obsesión victoriana, promovida por publicaciones como el inmensamente popular libro Self-Help de 1859, que predicaba los valores de la abnegación y la perseverancia incansable. Los victorianos tomaron una idea directamente de la Revolución Industrial y describieron la fuerza de voluntad como una fuerza tangible que impulsa el motor de nuestro autocontrol. Quienes estuviesen faltos de fuerza de voluntad debían ser despreciados. El uso primario de la palabra, en 1874 según el Oxford English Dictionary, era en referencia a las preocupaciones moralistas sobre el uso de sustancias: "El borracho ... cuya fuerza de voluntad y cuya fuerza moral han sido conquistadas por el apetito degradado".
A comienzos del siglo XX, cuando la psiquiatría estaba tratando de establecerse como un campo legítimo y científicamente fundado, Freud desarrolló la idea de un "superyo". El superyó es el primo psicoanalítico más cercano a la fuerza de voluntad, representando la parte de la mente crítica y moralizante, interiorizada de los padres y la sociedad. Tiene un papel en las funciones básicas de autocontrol: gasta energía psíquica para oponerse al "ello", pero también está vinculado a juicios éticos y basados en valores más amplios. A pesar de que a Freud se le atribuye comúnmente el rechazo de las costumbres victorianas, el superyó representaba una continuación casi científica del ideal victoriano. Para mediados de siglo, B.F. Skinner estaba proponiendo que no existe una libertad interna para controlar el comportamiento. La psicología académica se volvió más hacia el conductismo y la fuerza de voluntad fue ampliamente olvidada por la profesión.
Eso podría haber sido el fin de la fuerza de voluntad, si no fuera por un conjunto inesperado de hallazgos en las últimas décadas que condujeron a un resurgimiento del interés por el estudio del autocontrol. En la década de 1960, el psicólogo estadounidense Walter Mischel decidió estudiar las diversas formas en que los niños retrasan la gratificación ante un dulce tentador con su ya famoso "experimento de los malvaviscos". A sus jóvenes sujetos se les pidió que escogieran entre un malvavisco ahora o dos mas tarde. Muchos años después, tras enterarse de cómo les iba a algunos de aquellos sujetos en la escuela y en el trabajo, decidió rastrear y recoger medidas más rigurosas sobre sus logros. Encontró que los niños que habían sido más capaces de resistir la tentación lograban mejores calificaciones y resultados en pruebas (1). Este hallazgo desencadenó un resurgimiento del interés académico por la idea de "autocontrol", el término usual para la fuerza de voluntad en la investigación psicológica.
Estos estudios también sentaron las bases para la definición moderna de la fuerza de voluntad, que se describe tanto en la prensa académica como en la popular como la capacidad de autocontrol inmediato: la supresión de impulsos e instintos. O, como la Asociación Americana de Psicología lo definió en un informe reciente, "la capacidad de resistir las tentaciones a corto plazo con el fin de cumplir con los objetivos a largo plazo". Esta capacidad suele ser descrita como un recurso discreto y limitado, que se puede utilizar como una reserva de energía. El concepto de recurso limitado probablemente tiene sus raíces en las ideas judeo-cristianas sobre la resistencia a los impulsos pecaminosos, y parece una analogía natural con otras funciones físicas como la fuerza, la resistencia o el aliento. En los años noventa, el psicólogo Roy Baumeister llevó a cabo un experimento clave para describir esta capacidad, que calificó de "agotamiento del ego": A algunos estudiantes de pregrado se les dijo que resistieran el deseo de comer algunas galletas de chocolate recién horneadas y en su lugar se les animaba a inclinarse por el contenido de un tazón con rábanos, mientras que a otros se les permitió comer libremente en las galletas. Los estudiantes que tuvieron que ejercer autocontrol con las galletas se desempeñaron peor en las pruebas psicológicas posteriores, lo que sugería que habían agotado algunos recursos cognitivos finitos.
Los estudios sobre el efecto del agotamiento del ego supuestamente se replicaron docenas de veces, dando lugar a bestsellers e innumerables programas de investigación. Pero un metaanálisis de 2015 que examinó más de cerca esos hallazgos, junto con otras investigaciones inéditas, encontró sesgo de publicación y muy poca evidencia de que el agotamiento del ego fuese un fenómeno real (2). Los psicólogos diseñaron entonces un experimento internacional de agotamiento del ego compuesto por más de 2.100 sujetos. Los resultados recientemente publicados no mostraron ninguna evidencia de que el agotamiento del ego fuese real (3). Parece que fue otro caso de la crisis de replicación de los estudios de psicología.
Si el agotamiento del ego es erróneo, es sorprendente lo sólidamente que se encumbró antes de que investigaciones más rigurosas disiparan las hipótesis sobre las que se basa. La historia de su ascenso y caída también muestra cómo las suposiciones erróneas acerca de la fuerza de voluntad no son sólo engañosas, también pueden ser perjudiciales. Estudios relacionados han demostrado que las creencias sobre la fuerza de voluntad influyen fuertemente en el autocontrol: Los sujetos que creen en el agotamiento del ego (que la fuerza de voluntad es un recurso limitado) muestran un autocontrol decreciente durante el curso de un experimento, mientras que las personas que no creen en ello, su autocontrol es constante. Es más, cuando los sujetos son manipulados para creer en el agotamiento del ego a través de cuestionarios sutilmente sesgados al inicio de un estudio, su desempeño también se reduce.
El problema con la noción moderna de la fuerza de voluntad es mucho más profundo que la cuestión del agotamiento del ego. Las habituales simplificaciones académicas que rodean a la fuerza de voluntad están siendo criticadas. En un artículo ampliamente citado de 2011, Kentaro Fujita hizo un llamamiento al campo de la psicología para que dejara de conceptualizar el autocontrol como una inhibición del impulso, instando a sus colegas a pensar más ampliamente y en términos de motivaciones a largo plazo (4). Por ejemplo, Los conductistas argumentan que el autocontrol no debe ser visto simplemente como supresión de impulsos a corto plazo, sino que se entiende a través de la lente de la "negociación intrapersonal": el yo como varios sistemas de toma de decisiones diferentes, a menudo en conflicto entre sí. Este modelo permite cambiar prioridades y motivaciones a lo largo del tiempo -lo que sucedió con mi paciente John, quien diría que simplemente reevaluó sus problemas de consumo de alcohol a la luz del complejo cálculo de ventajas y desventajas competitivas.
Otra dimensión ignorada del autocontrol es la regulación de las emociones, un campo académico que ha explotado en las últimas décadas, con un aumento de referencias que que se quintuplica cada cinco años desde principios de los años noventa. Este componente del autocontrol también es ignorado en gran parte por la perspectiva unidimensional de la fuerza-de-voluntad-como-músculo que domina el debate actual. Intuitivamente, sin embargo, debería estar claro que hay un componente emocional en algunos tipos de fuerza de voluntad: Dejar de gritar a un familiar molesto puede ser muy diferente a resistir el impulso de beber. La autorregulación emocional es una función compleja, y como hemos sabido durante mucho tiempo en psicoterapia, tratar de gestionar voluntariamente los estados emocionales a través de solo fuerza bruta está destinado al fracaso. La regulación de las emociones también debe incluir habilidades como cambiar la atención (distraerse), modular la respuesta fisiológica (tomar respiraciones profundas), ser capaz de tolerar y esperar los sentimientos negativos y replantear las creencias.
Un ejemplo paradigmático de reenfoque es el fenómeno de "devaluación temporal" ("temporal discunting"), en el que la gente tiende a devaluar las recompensas futuras en favor de pagos inmediatos menores. Cuando se ofrecen 5 dólares hoy contra 10 en un mes, mucha gente elige ilógicamente la gratificación inmediata. Sin embargo, cuando la pregunta se replantea para hacer las compensaciones explícitas - "¿Preferirías 5 dólares hoy y 0 dólares en un mes o 0 dolares hoy y 10 en un mes?" - más personas eligen la recompensa mayor y demorada. La investigación sugiere que reformular la pregunta de esta manera empuja a la gente hacia la gratificación posterior porque las diferentes versiones de la pregunta emplean procesos cognitivos completamente diferentes. En un estudio de neuroimagen, cuando se edita la pregunta para mencionar explícitamente 0 dólares, no sólo se reducen las respuestas de recompensa del cerebro, sino también disminuye la actividad cerebral en la corteza prefrontal dorsolateral (relacionado con el esfuerzo de autocontrol) (5). Un reenfoque de este tipo del problema ciertamente sería un ejemplo de fuerza de voluntad, pero no caería en la comprensión convencional del término. En lugar de depender de una lucha esforzada contra los impulsos, se produce una revisualización del problema y se evita la necesidad de luchar.
Estas dimensiones ocultas de la fuerza de voluntad ponen en tela de juicio toda la concepción académica del término y nos colocan en una situación de perder-perder. O bien nuestra definición de fuerza de voluntad se reduce y se simplifica hasta el punto de la inutilidad , o se permite que continue como un término impreciso, manteniendo una mezcolanza inconsistente de diversas funciones mentales. La fuerza de voluntad puede simplemente ser una idea pre-científica, que nació de las actitudes sociales y la especulación filosófica en lugar de la investigación, y consagrada antes de que la evaluación experimental rigurosa de la misma fuera posible. El término ha persistido en la psicología moderna porque tiene un sólido soporte intuitivo en nuestra imaginación: Ver la fuerza de voluntad como una fuerza muscular parece coincidir con algunos ejemplos, como resistir los antojos, y la analogía se ve reforzada por las expectativas sociales que se remontan a la moral victoriana. Pero estas ideas también tienen un efecto pernicioso, nos distraen de formas más precisas de entender la psicología humana e incluso desvirtúan nuestros esfuerzos por lograr mejorar el autocontrol. La mejor manera de avanzar podría ser abandonar la "fuerza de voluntad" por completo.
Hacerlo nos libraría de un considerable bagaje moral. Las nociones de fuerza de voluntad son fácilmente estigmatizadoras: se convierte en un buen argumento para el desmantelamiento de los servicios sociales si la pobreza es un problema de disciplina financiera o si la salud es una cuestión de disciplina personal. Un ejemplo extremo es el enfoque punitivo de nuestra interminable guerra contra las drogas, que rechaza los problemas del uso de sustancias por considerarlo el resultado de las decisiones individuales. La malsana moralización se arrastra hasta los rincones más cotidianos de la sociedad. Cuando Estados Unidos comenzó a preocuparse por la basura en los años cincuenta, American Can Company y otras corporaciones financiaron una campaña de "Keep America Beautiful" para desviar la atención del hecho de que estaban fabricando enormes cantidades de envases baratos, desechables y rentables, echando la culpa a las personas por ser sucios. Las acusaciones morales basadas en la fuerza de voluntad están entre las más fáciles de lanzar.
En definitiva, a menudo simplemente no es necesario creer en la fuerza de voluntad. Ahora, cuando escucho la palabra "fuerza de voluntad", veo una bandera roja que me impulsa a querer aclarar las cosas. ¿Mi paciente, Thomas, realmente tiene un problema de fuerza de voluntad? Mientras luchaba con los deseos de alcohol, no tenía ningún problema para motivarse a sí mismo posotivamente, continuando siendo extremadamente exitoso en su carrera profesional y sobresaliendo como un atleta amateur, ganando varias competiciones alrededor del área de la ciudad de Nueva York. Su dificultad para resistir el impulso de beber no parecía estar relacionada con su habilidad de seguir un plan. Algunos investigadores llaman a esta capacidad "autodisciplina" y la diferencian del control de los impulsos o de las tentaciones resistentes. ¿Cuál de esas funciones cognitivas es la fuerza de voluntad "real"?
Thomas terminó haciendo bien las cosas. Una vez que nos adentramos en los problemas sobre su hábito de beber, se hizo evidente que no se había dado cuenta plenamente de cuánto estaba afectando a su vida el estrés. No sólo estaba autolesionándose creyendo que debía ser capaz de forzarse a dejarlo, tenía ideas muy poco realistas sobre lo que podía lograr en el trabajo, en casa o en otros temas. Al centrarse en una perspectiva más amplia - gestionar su estrés y ansiedad y preguntarse por las expectativas sobre sí mismo - fue finalmente capaz de reducirlo, sin esa percepción de lucha.
Y lo hizo sin preocuparse por la fuerza de voluntad."
Muy interesante, acorde con mi convicción de la no existencia del libre albedrío. Lo que tengo claro es que para conseguir un objetivo no sirve sufrir e imaginarse la meta conseguida,sino que debes tener algún tipo de satisfacción en el proceso. Es decir, en el caso de adelgazar hay que elegir los alimentos que gustan pero no engordan, por ejemplo.
ResponderEliminarTal vez, la liberación del hombre de su responsabilidad, suponga la llave de su éxito
ResponderEliminarMuchísimas gracias por la aportación clarificadora de este artículo.
ResponderEliminarTampoco creo en la fuerza de voluntad, creo que hacer determinadas cosas es un problema de decisión.
ResponderEliminarCuando profundamente se decide hacer algo, sencillamente se hace.
Dejar de fumar... comer bien.... beber menos... Es una decisión que tomas ante ti mismo.
Una opinión nada más.
Ante todo, quiero decir que su libro "El cerebro obeso" es excelente y a mí me ha servido muchísimo. Y en cuanto a este artículo, no tengo palabras para agradecerle la traducción y difusión. Me ha resultado muy interesante.
ResponderEliminarMuchas gracias Lili, es un placer poder ser útil. Si te apetece, te animo a escribir un comentario en Amazon sobre el libro, a los autores nos ayuda mucho. Un cordial saludo.
EliminarGracias por compartir un interesante articulo
ResponderEliminarMuy interesante este artículo de Carl Erik Fisher con su opinión, así como los argumentos en que se apoya, sobre la popularmente llamada "fuerza de voluntad" y, en especial, gracias a Centinel por la traducción que tan generosamente ha publicado, pues, aunque en mi caso no tengo problemas para leer el artículo original en inglés, siempre se lee más a gusto si es en tu lengua materna.
ResponderEliminarME PARECE MUY INTERESANTE TODO ESTO QUE NUNCA SABEMOS COMO SE COME SALUDABLE
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