Lo que dice la ciencia para adelgazar de forma fácil y saludable

24 mar 2015

Ácidos grasos omega-3 y cáncer de próstata

Aunque probablemente los ácidos grasos omega-3 sean los nutrientes más elogiados y utilizados como suplementos o añadidos en alimentos funcionales, también tienen sus sombras. Por ejemplo, algunos estudios observacionales los han relacionado con la incidencia de cáncer de próstata. Pero los resultados han sido bastante heterogéneos y no existe un consenso claro al respecto.

Con el objetivo de aglutinar todos los resultados de estudios observacionales sobre el tema, se acaba de publicar el metaanálisis, "Effect of Individual Omega-3 Fatty Acids on the Risk of Prostate Cancer: A Systematic Review and Dose-Response Meta-Analysis of Prospective Cohort Studies", en el que se han analizado las asociaciones existentes entre el riesgo de sufrir este tipo de cáncer y los diferentes tipos de ácidos grasos omega-3: Alfalinolénico (ALA), docosahexaenoico (DHA), eicosapentaenoico (EPA)  y docosapentaenoico (DPA).

A continuación les incluyo probablemente la información visual más interesante del trabajo, los gráficos con la respuesta a la dosis calculada para cada ácido graso, tanto desde el punto de vista de su ingesta (dietético) como el de su concentración en sangre:



ALA dietético:



Concentración de ALA en sangre:



DHA dietético:



Concentración de DHA en sangre:



EPA dietético:



Concentración de EPA en sangre:



Concentración de DPA en sangre:


Los autores concluyen que los resultados más claros son para el ALA y el DHA, presentando efectos contrarios. Es decir, por un  lado se observa una reducción del riesgo de cáncer de próstata asociado al ALA y por el otro se encuentra un aumento del riesgo asociado al DHA.

Respecto al EPA, los resultados del dietético y de la concentración en sangre son divergentes; y del DPA solo se disponen de datos de concentración en sangre, por lo que es difícil sacar conclusiones. Aunque no parecen ser especialmente negativos.

1 comentario:

  1. O sea, más de lo mismo. Un [meta-]estudio observacional, que suponiendo que obtenga correlaciones significativas (y este apenas lo consigue), no desmostraría causalidad (¿el que al aumentar la ingesta de ALA se produzca una disminución en el número de casos de cáncer de próstata indica que comer nueces es bueno, o que el estilo de vida de las personas que comen muchas nueces es de alguna manera más sano?).

    Y aún suponiendo que existiera causalidad, valores de p tan altos no inspiran precisamente mucha confianza; el del DHA dietético es el único menor de 0.05 (y vista la gráfica yo pondría ese valor en cuarentena).

    Y si diéramos por significativas y con valor predictivo estas correlaciones, el incremento del riesgo que predicen (para ingestas razonables, no comerte 1/2 kg de salmón diario) es tan poco que yo me pregunto si merece la pena el esfuerzo para un resultado tan escaso.

    Más resultados poco significativos, según parece el pan nuestro de cada día en la ciencia de la dietética.

    ¿No sería mejor olvidar este tipo de estudio observacionales de cohorte de una vez, y dejar de gastar dinero y esfuerzo en algo tan poco productivo?

    Como todo el mundo yo también tengo mi hipótesis preferida, faltaría más ;-): En efecto, la dieta influye en nuestra salud, pero la respuesta individual es tan variable que al agregar los datos se diluyen las correlaciones, y los indicadores de confianza se degradan hasta lo inaceptable.

    Como aficionado al ramo me he animado a pisar tímidamente el terreno experimental. Algunas cosas de las que he encontrado confirman lo que ya había leído en la literatura del ramo, otras son nuevas, al menos para mí, y me sugieren hipótesis interesantes (aunque válidas para un único individuo):

    - Que en este único caso particular existe una correlación directa, cuasi-lineal, altamente fiable, y causal, entre nivel de actividad/ejercicio habitual (medido en minutos/dia) y concentración de LDL en sangre.

    - Que en este caso existe existe una relación causal, con correlación directa y positiva, entre ingesta de azucares refinados y nivel de triglicéridos en sangre.

    - Que se producen cambios fisiológicos observables en un plazo tan corto como 3 días desde la realización de la alteración dietética, o el cambio en el régimen de actividad/ejercicio.

    - Que en este caso alterar las proporciones de los macronutrientes en la dieta tiene muy poco efecto en los niveles aparentes de apetito, pero sí que lo tiene las alteraciones en cantidad e intensidad del ejercicio.

    Estos (y algunos más) son datos válidos para una única persona, pero son bastante fiables.

    A mí me parece que este tipo de estudio es más prometedor. Me gustaría saber por qué es tan raro de ver. ¿Por qué nadie aconseja el estudio personalizado?

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